Según un estudio realizado por la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), más de 1,000 millones de personas en todo el mundo se ven obligadas a acostarse sin haber ingerido ningún alimento durante el día. Esta impactante realidad contrasta con el hecho de que desperdiciamos un total de 1,300 millones de toneladas de alimentos, lo cual equivale a aproximadamente un tercio de la producción mundial de alimentos. Es decir, los alimentos que desperdiciamos podrían alimentar a esta población hambrienta y aún nos sobraría más de la mitad.
Sin embargo, el problema no se limita únicamente al hambre mundial. También conlleva un derroche innecesario de valiosos recursos como mano de obra, agua, energía y tierra, así como otros insumos utilizados en la producción de alimentos.
La pérdida y el desperdicio de alimentos ocurren en diversas etapas de la cadena de suministro, desde la producción inicial hasta el consumo final en los hogares. Estas pérdidas pueden ser accidentales o intencionales, pero en última instancia, resultan en una disponibilidad reducida de alimentos para todos. Cuando los alimentos se pierden o se estropean antes de llegar a su fase de producto final o a la venta minorista, hablamos de pérdida de alimentos. Por otro lado, cuando el consumidor final no aprovecha los alimentos y los descarta, se considera desperdicio.
Un estudio llevado a cabo en España por la Confederación Española de Cooperativas de Consumidores y Usuarios (HISPACOOP) revela que cada persona desecha más de 30 kg de alimentos al año. Los alimentos más desperdiciados incluyen pan, cereales y pastelería, representando un 20% del total, seguidos de frutas y verduras con un 17%, lácteos como leche, yogures, quesos y otros derivados lácteos con un 13%, y finalmente pastas, arroces y legumbres con un 13%. Estos cuatro grupos son los más desechados por los hogares analizados.
El estudio también señala que las principales razones por las cuales se tiran alimentos a la basura son las sobras de las comidas (86.4%), el deterioro de los productos debido a una mala conservación o almacenamiento (63.6%), alimentos que originalmente se destinaron a ser aprovechados pero que se olvidan y no se consumen (45.6%), productos caducados (28.5%) y alimentos cocinados en exceso o preparados de manera inapropiada (18.6%).
Extrapolando estos resultados a Costa Rica, nos encontramos con la preocupante cifra de aproximadamente 150,000 toneladas de alimentos desperdiciados al año. Esta realidad nos insta como consumidores a mejorar nuestros comportamientos y hábitos en cuanto al correcto aprovechamiento de los alimentos. Debemos esforzarnos por evitar desechar en la medida de lo posible aquellos alimentos que podrían haberse salvado si hubiéramos planificado adecuadamente su consumo.
Es imprescindible que los consumidores adoptemos comportamientos y actitudes responsables hacia el aprovechamiento de los alimentos. Los cambios en nuestros hábitos y comportamientos con respecto a la gestión de los alimentos no solo tendrán un impacto social, sino también económico, nutricional y medioambiental. De esta manera, estaremos trabajando en la solución del problema del desperdicio de alimentos.